facebook instagram pinterest linkedin

El mar de Burma y la península de Dawei

Después de haber visitado los destinos más destacados del país quería ver algo diferente así que decidí poner rumbo hacia el sur del país, un lugar poco explotado y menos conocido. La ciudad de Dawei, a 12 horas de Yangón, iba a ser mi próximo destino.

Dawei es un lugar aún desconocido para la mayoría de turistas ya que a penas es mencionado en las guías de viaje. Es el punto de partida desde el cual puedes explorar las playas paradisíacas y completamente desiertas de esta península bañada por el mar de Burma. Hasta el momento no he podido ver aún muchas playas en el Sureste Asiático pero las del sur de Myanmar no me dejaron indiferente. En estos rincones puedes llegar a estar completamente solo y tener ante ti kilómetros de playas blancas de agua cristalina. Los únicos que suelen pisar esta arena son los niños de algunos pescadores que vienen a pasar la tarde entre chapuzones, el resto de los habitantes de las aldeas trabaja todo el día y no tienen tiempo para venir a bañarse (ni está entre sus prioridades, ellos viven del mar pero no lo consideran como algo ocioso. Situación algo similar a nuestros países hace tan solo unas décadas).

La prueba de que Dawei sigue siendo poco desarrollada de cara al turismo es que solamente unos pocos establecimientos tienen licencia para alojar a extranjeros. Conviene recordar que el país sigue siendo una dictadura y que, aunque lleve una careta democrática, sigue teniendo leyes estrictas como la que prohibe que podamos hacer camping o alojarnos en casas de particulares (eso supondría multas o penas de cárcel para nosotros y para quienes nos alojan). Esta zona del país se ha abierto al público foráneo en el año 2014 y solamente desde entonces es posible el libre movimiento en esta región del país. Pese a ello, en tan solo tres años ya se han asfaltado la mayoría de carreteras en previsión a una mayor afluencia de extranjeros.

Lo mejor de este lugar es sin duda la sensación de deriva que te invade una vez que lo pisas. Es la misma sensación de tranquilidad y despreocupación que se siente al pisar la playa por primera vez en verano. Siguiendo la carretera principal que conecta la ciudad con la península, puedes tomar varias salidas (aún bastante mal señalizadas) que te llevan a lugares . Recuerdo con especial asombro la playa de Tizit en la cual el mar se había retirado más de 500 metros debido a la baja marea. Algunos barcos de pescadores estaban varados esperando que el mar volviera a por ellos y en la arena estaban marcadas las señales de las olas que se habían retirado por la mañana.

Y una vez más, como ya venía siendo usual en todo el viaje, entre las mejores experiencias estaba tener contacto con la población local. Aquí incluso estaban menos acostumbrados a ver occidentales comparado con el resto de ciudades del país. Los saludos y las sonrisas se sumaban al asombro que tenían al verme fotografiar, por ejemplo, una estantería con botellas de gasolina. Me hizo gracia ver como las familias que llevan los pequeños colmados de carretera revenden la gasolina para ganarse unos pocos ingresos extra, es una costumbre que ya vi en Laos. Para ellos es algo totalmente normal, pero a mi me llamaba la atención el destello color amarillo que te acompañaba durante la conducción.

El último día que pasé por la zona visité la aldea de pescadores de San Lan. Fue el único lugar en el cual no me sentí muy cómodo. Al principio algunos aldeanos me miraron de reojo, seguramente preguntándose que hacía por ahí pero, tras sufrir unos minutos de análisis, me sentí más aceptado y volvieron la usual simpatía.

Visitar San Lan es como asistir a un viaje al pasado. La electricidad aún no ha llegado y el estilo de vida está totalmente ligado al mar. No hay nada que se haga sin que tenga algo que ver con el mar. Redes e instrumentos de pesca, una primitiva depuradora de agua y una decena de personas cargando material en los barcos.

Si no hubiera sido por algunas motocicletas y algunos pequeños paneles solares en los tejados de la aldea (estaban conectados a baterías de coche, un ingenioso modo de tener algo de luz durante la noche) hubiera parecido estar asistiendo al día a día de un poblado de pescadores de la Costa Brava hace más de un siglo.

Los últimos días en Dawei sirvieron como colofón de un viaje alucinante por el país burmés. Puede que Myanmar no tenga los paisajes más impresionantes (salvando Bagan), que sus carreteras estén en un estado horrible y que haya que mejorar muchas cosas a nivel social, pero jamás me había sentido tan querido estando de visita en el extranjero. Sin duda, lo más bonito de Birmania es el conocer la población local, su amabilidad es el mejor recuerdo que puedes llevarte de este país.


Si pasáis por Dawei no os perdáis el restaurante Tavoy Kitchen, tienen la mejor comida burmesa que he probado durante estas últimas semanas en Birmania. Tenéis que probar los Coconut Noodles, no querréis comer otra cosa después! Comida a parte, la familia propietaria del lugar es amable a niveles nunca vistos; fuí a desayunar y cenar todos los días en los que estuve en Dawei, me sentí como en casa.